Combatir con alternativas la ultraderechización mundial

Para combatir el fascismo, tal vez haya que fijarse menos en los fascistas y más en las amplias franjas de población que se encuentran en la zona del gris.

Trump en EEUU; en Europa, ya en el Gobierno, la Lega en Italia, FIDESZ – Unión Cívica Húngara en Hungría, Ley y Justicia en Polonia, además de las opciones crecientes de Frente Nacional en Francia, el Partido de la Libertad en Holanda, Amanecer Dorado en Grecia, FPÖ en Austria, Alternativa por Alemania en Alemania, Demócratas Suecos en Suecia, Vox en España…; y Suramérica se acaba de sumar a la lista negra con Bolsonaro en Brasil.

Hay que combatir y resistir al fascismo, sí, pero también construir alternativas que refuercen la democracia mucho más allá de la democracia representativa, liberal, capitalista… tan responsable de la actual situación por los niveles de desafección que su carácter de falsete y su corrupción han provocado.

En el día en el que el Parlamento Europeo resolvía condenar, reconociendo su crecimiento, el neofascismo, nos hemos preguntado colectivamente: ¿Qué tiene la ultraderecha que seduce nuevamente (con el currículo histórico que carga)? ¿A qué carencias da respuesta? ¿Qué ofrece la izquierda para contrarrestar esa oferta? ¿Cómo han ganado el espacio antisistema? ¿Cómo enfocar el repliegue antiinmigración? ¿Qué debemos hacer para minimizar el impacto? ¿Darle importancia o no? ¿Qué papel juegan los medios de comunicación en todo esto? ¿Cómo afecta la agenda reducida y la magnificación de los conflictos que es un rasgo de la agenda mediática actual?

La precariedad y la corrupción son responsables directos del auge fascista. El espectáculo de una política degradada, la ausencia de referentes ante el salvajismo capitalista abona el camino para opciones ultraderechistas que acceden al poder utilizando la democracia, dando lugar a paradójicas “democracias regresivas, autoritarias”, abriendo lo que cabría denominar un tiempo de posfascismo, de lo que Martín Alonso denomina “utopías regresivas” o “de retorno”. Retorno a una comunidad tribalista, cerrada sobre sí, centrada en la exclusión del otro.

¿Qué ofrece la ultraderecha para ganar adeptos? Identidad, seguridad y sencillez discursiva. La identidad se convierte, en tiempos precarios no sólo en lo económico, sino también en lo político, lo cultural e incluso lo ético, en una agarradera frente a la inseguridad permanente. Una identidad construida en clave dogmática, carente de autenticidad, que se refleja en lo cotidiano en la obsesión por la marca personal de las redes sociales, tiene su doble en una noción de comunidad cerrada, copia de la propia noción de individuo. Todo ello se suma al desprestigio de la democracia como actitud, democracia en sentido amplio que, por confundirse con la democracia representativa, cargada con la desconexión entre las élites políticas y la gente y la corrupción, es tímidamente reivindicada por las izquierdas cuando es la única propuesta para vivir en común que podemos oponer al fascismo.

Es habitual en el discurso totalitario, ya lo señalaba Hannah Arendt, la construcción —imaginaria— de un enemigo, de una amenaza exterior. Hoy son las personas que migran, incluidas las refugiadas, quienes se pretender convertir en amenaza y chicos expiatorios. Frente a esto, reconocer la probadísima riqueza que aportan las migraciones, generando un discurso de Fronteras abiertas, es el discurso que habría de corresponder a la izquierda. El supuesto realismo de la derecha, la ultraderecha e incluso de alguna izquierda xenófoba, que aspiran a cerrar las fronteras podría ser tildado de idealismo “malista” —en oposición al “buenismo” que denuncian en quien defiende los Derechos Humanos— que sólo generaría graves problemas, altos costes económicos —ampliación del necro-negocio de seguridad y fronteras—, políticos —fin de los Derechos Humanos— y humanos —muertes en tránsito, destrucción de proyecto vital—. Cabe imaginar, además, que tales políticas generarían, asimismo, un inmenso mercado irregular mucho más conveniente para los empresarios sin escrúpulos que para la clase trabajadora: a más mano de obra irregular, más mercado negro y una previsible rebaja de los salarios. La xenofobia No es realista, es pura ideología en el sentido marxiano de la expresión.

Para combatir el fascismo, tal vez haya que fijarse menos en los fascistas y más en las amplias franjas de población que se encuentran en la zona del gris. No se puede consentir que los discursos de la izquierda vengan marcados por la ultraderecha, debemos ser creativas y constructivas y trabajar pensando en la inmensa mayoría, y ofrecer alternativas reales y democráticas.

Tenemos buenos ejemplos de una democracia real en la política municipal y municipalista, en la economía alternativa y cooperativa responsable social y medioambientalmente —y no necesariamente marginal—, en la cultura libre —que no gratuita—… Espacios como la propia Vorágine, de construcción de democracia real, de ciudadanía o vecindad activa e informada. Ya son una realidad las alternativas energéticas, de vivienda, de telecomunicaciones, de comunicación, los grupos de consumo, los espacios culturales asociativos, la política minicipal participada… toda una plétora de instituciones del común que necesitan ser reforzadas y tomadas en serio, materialmente en serio, incluidas las inversiones de tiempo, trabajo, seriedad y económicas que requiere su sostenimiento material (Véase https://www.goteo.org/project/la-voragine-se-muda).

No se trata, pues, sólo, de combatir, aunque esto sea insoslayable. No podemos circunscribirnos a los “cuidados paliativos”, propios de lo que Marina Garcés llama una condición “póstuma”, de mera respuesta, sin propuesta: debemos romper con la sensación, que abona la impotencia y el fascismo, de que no hay futuro, y hacerlo construyendo e impulsado referentes económicos, sociales, políticos y éticos reales.

Contra el fascismo, en definitiva, democracia real. Suena fácil pero, a la vista está, no lo es tanto. La democracia está todavía por mostrase en su pleno esplendor. Y no debemos esperar al fracaso del fascismo —tan habilidoso para el desastre— para ponernos a ello.

Patricia Manrique @patridiagonal

La Vorágine es un proceso que se alimenta de proyectos parciales y permanentes. El espacio y el colectivo apoyan proyectos ajenos que nos parecen enriquecedores y críticos, pero también decide impulsar proyectos propios o toma parte de manera más decidida en algunos con otros colectivos. Estos proyectos son parte de la siembra necesaria para construir a futuro un cambio social pero son, en el presente, una oportunidad única de aprendizaje y de depuración de metodologías.